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Epílogo para el Séptimo Centenario de RUFINO ROJO en la Web Amigos de Corral. -ENSAYO SOBRE LA DECADENCIA Y EL ABANDONO DE NUESTRO PATRIMONIO.
Epílogo para el Séptimo Centenario de Rufino Rojo
Ensayo sobre la decadencia y el abandono de nuestro patrimonio
No sé sí calificarlo como señal de romanticismo o preocupante síntoma de vejez, pero confieso que me gusta pasear por las calles de nuestro pueblo durante las horas menos transitadas del día. Al igual que mucha gente de mi generación, tengo grabados en los intrincados recovecos de la memoria el amplio abanico de ruidos, colores y olores que acompañaron mi infancia, y reconozco que disfruto rememorándolos al atravesar los pocos rincones de la localidad que aún conservan su esencia. Posando la vista en aquella oxidad reja o en aquella vieja pared desconchada y remendada de humedad, puedo viajar en el tiempo y trasladarme a pasadas épocas de bullicio callejero, corrales y patios de vecinos, en los que la vida transcurría a la vez ligera y ruidosa mezclando el traqueteo sordo y renqueante de las ruedas de los carros, con los olores de las chimeneas, los pucheros hirviendo, la ropa recién lavada y el intenso y característico tufo de los animales de carga (mulas) en su camino diario hacia ninguna parte. Los azulados colores de la mañana imprimían por aquel entonces pinceladas de frescura a las encaladas paredes que componían el decorado de aquel limitado mundo infantil, y los silbidos de las golondrinas y vencejos saludaban con vertiginosas piruetas nuestro trayecto al colegio, mientras jugaban a kamikazes marrulleros que nunca acababan de estrellarse. Finalizadas las clases, el macilento sopor del mediodía extendía una pesada manta sobre el paisaje y el monótono canto de las chicharras nos arrullaba de calma y abandono, hasta que el atardecer nos regalaba de nuevo otro de sus momentos mágicos, al inundar con oro puro las fronteras de nuestros sueños. Las aceras y las plazas se convertían entonces en enormes decorados y las aventuras aparecían por las esquinas o camufladas entre los árboles y las farolas, dispuestas a consumir nuestra niñez entre pan y chocolate o pan y quesito.
Me encontraba sumido en estas meditaciones, considerando incluso si no resultarían demasiado cursis para recogerlas en los escritos (aunque lo cierto es que a partir de los cincuenta los prejuicios de los demás te resbalan) cuando el errático y solitario paseo por las calles del pueblo me llevó a tropezar de bruces con el horroroso y desagradable espectáculo que se representaba en la cruz colorada, o para ser coherente con el párrafo de arriba, en la “cruz colorá”.
No me lo podía creer. En la esquina entre la calle mayor y la de las tiendas, un indecente y sucio cercado de cemento con sabor a especulación y burbuja, se levantaba en defensa del enorme solar en que había quedado reducida la vieja casona renacentista que dio nombre a la placeta sobre la que surgió la población.
¡Dios esto es el colmo! Se han cargado otra casa más y encima en éste sitio. Una arcada de asco y desprecio sacudió mis entrañas, intentando subir a la boca del estómago. No puede ser, otro de los decorados de mi infancia evaporado por el abandono, la ineficacia de los gobernantes y la ambición y falta de escrúpulos de unos pocos. A este paso nos dejarán sin sueños. ¿Qué será lo próximo?
A este paso nos dejarán sin sueños.
Apesadumbrado por el desprecio inflingido a nuestra historia en sus propios orígenes, decidí abandonar rápidamente la emblemática placeta, no sin antes echar un último vistazo a la cruz pintada de rojo que ahora se erguía de forma casi blasfema, sobre una improvisada estructura metálica que parecía robarle el calor de su propia leyenda. No me extrañó en absoluto comprobar que los recuerdos hubieran huido de aquel desdichado lugar incapaces de soportar tanta tristeza, y la vida sobreviviera a duras penas en el único rincón del viejo cruce de calles que aún permanecía en pie.
Ofuscado por la rabia pensé en la Plaza Mayor. Sí, necesitaba ir urgentemente a la Plaza Mayor. Ella nunca me había fallado y era apuesta segura. Sin meditarlo dos veces aceleré todo lo que pude por la calle de las tiendas, llevándome por delante unos cuantos recuerdos de comercios, boticas y centralitas en mi desesperado afán por encontrar un poco de belleza y armonía que sosegara el espíritu. Andaba tan sobrecogido por la visión, que no advertí que en la esquina de Pedro Campo me salía al encuentro otro de esos monstruos grises de la fealdad. ¡No puede ser, Dios mío, la plaza no! ¿Donde fue a parar la vieja tienda de Lázaro y sus crujientes maderas? ¿Qué fue de sus particulares olores a aceites, especias y humedad? ¿En qué escombrera terminó aquel viejo edificio de finales del diecinueve con ínfulas modernistas y patio de columnas de hierro? Sentí de nuevo la nausea del desprecio al comprobar cómo se desvanecía otro de los decorados que sustentaron mi niñez, y maldije a los constructores y a la contradictoria ley de patrimonio que en vez de proteger propiciaba en ocasiones el abandono de los edificios cercanos a los monumentos, al complicar con eternos trámites y costosas burocracias las reformas y mantenimientos que necesitaban. Indignado escupí sobre los intereses de los especuladores y los políticos, y me dirigí dando tumbos de mareo hacia el ayuntamiento, que me recibió -cómo no- con obras. Echando un cálculo por encima llegué a la conclusión de que debía ser la obra número 666 de las continuas reformas -a cuál más horrorosas- que a lo largo de la historia se han llevado a cabo en su interior. Atisbando por una ranura, comprobé que la intuición no me fallaba al apreciar entre sombras la futura escalera proyectada para el edificio. ¡Que Dios nos ampare! Fue lo único que alcancé a decir.
¿En qué escombrera terminó aquel viejo edificio de finales del diecinueve con ínfulas modernistas y patio de columnas de hierro?
Era difícil sentirse más triste y abatido. Cabizbajo dirigí mis pasos hacia la puerta de la iglesia esperando encontrar al menos un poco de consuelo artístico, que no religioso, cuando reconocí al demonio del abandono y la destrucción escondido entre sus carcomidas columnas abalaustradas. Un enorme pedazo de moldura, tan grande como para llevarse al otro mundo a media procesión de la Virgen del Carmen o del Sagrado Corazón si hubieran coincidido las fechas, se desplomó en ese mismo instante contra el suelo empujado por el destructor ángel de la decadencia. Asustado por la violencia del derribo, pero envalentonado de rabia, me permití amenazar al maldito diablo con la restauración del cura. No sabes con quien te la estás jugando -le dije- él sí que manda en este pueblo, tienes los días contados. Decidí retirarme prudentemente antes de que me arrojara una pilastra o algún desencajado friso, avanzando hacia la calle de los collados.
Azorado como me encontraba por la diabólica pelea, apenas me fijé en que la Casa de las Valencianas estaba de nuevo en venta. Más tranquilo y sosegado al llegar a las cuatro esquinas, me consolé pensando que al menos era construcción sólida y probablemente duraría unos cuantos años más. La amargura, no obstante, había logrado hacer mella en mis castigados órganos internos, y un atisbo de ardor reclamaba su sitio en tan desagradable panorama. Descendiendo por la calle sentí por fin cierto alivio al encarar la Casa del Obispo o del balcón, restaurada con bastante acierto por Manolo, el de Mapfre, pero no tuve más remedio que girar la cabeza para no ver las dos columnas mal ensambladas que presidían la falsa calle de Nuestra Señora de Fátima, procedentes del patio de aquella vieja casona cuyo escudo acabó ornamentando un chalet. Al menos nos quedará París -pensé- y París apareció ante mis ojos en forma de Casa de los Collados.
Un caro capricho -me comentaban hace tiempo sus dueños- un maravilloso capricho -respondía yo- de cuya fantástica y costosa restauración los corraleños deberemos estar siempre orgullosos y agradecidos, pues preservará una parte muy importante de nuestro pasado. Por momentos volví a respirar hondo y pude dilatar los pulmones a gusto. Por fin podía recrear mis recuerdos con complicados trazos de piedra y espectaculares techumbres moriscas, sin que la cochambre amenazara mis fantasías. Mi mente recuperaba al instante parte de sus sueños perdidos, y la enigmática reja de su lado norte, sustentada por dos cabezas de piedra a modo de canecillos románicos, volvía de nuevo a convertirse en epicentro de misteriosas aventuras.
París apareció ante mis ojos en forma de Casa de los Collados.
Andaba tan concentrado en mis ilusas fantasías, que no me apercibí de la llegada de un amigo dispuesto a terminar de amargarme el día y proporcionarme la puntilla y el descabello. Y es que nunca debí echar las campanas al vuelo, pues como suele ocurrir con las más terribles pesadillas, lo peor aguarda siempre al final. Y el final me tenía reservado nada menos que el hundimiento por abandono de prácticamente la totalidad de otra de las casas solariegas más emblemáticas de la población: la llamada casa de la Hilaria o de los Fuentes. A pesar de que la fachada exterior aún permanecía en pie como triste decorado de película, exhibiendo el escudo más bello y la puerta más hermosa y más dividida de la localidad, sus entrañas aparecían ya desgarradas por el monstruo de la decadencia y la destrucción. ¡Pero si es uno de los edificios más importantes y con más elementos artísticos de la villa! acerté a balbucear, sumido como me encontraba en la sorpresa del asco y la rabia. ¿Cómo es posible que estas cosas ocurran siempre en Corral de Almaguer sin que nadie mueva un dedo? Al verme tan afectado, mi interlocutor desdibujó unas palabras de consuelo. Ya sabes… eran varios dueños -intentó justificar, aunque aquello me sonaba a pésame y velatorio- y estas casas necesitan mucho mantenimiento… Encima, al estar adosada a la Casa de los Collados, para cualquier reforma deben informar antes a Bellas Artes, por lo que al final lo más práctico es dejar que se vayan hundiendo poco a poco. Una pena chico -me dijo- de todas maneras ¿es que todavía no te has dado cuenta que esto es Corral de Almaguer y no Quintanar? Si hubieran tenido los quintanaros una de éstas casas seguro que ya la habían convertido en parador, menudos son.
Agradecí sus cariñosas palabras de consuelo, pero lo único que consiguieron fue hundirme más en la tristeza. Contemplando su descascarillada fachada me puse a pensar en los orígenes del edificio, intentando imaginar cómo sería cuando sirvió de torreón defensivo a las murallas de la villa, protegiendo la llamada “puerta del río” que se abría justo en uno de sus laterales. Pensé después en la orgullosa familia Fuentes que durante la segunda mitad del siglo XVI mandó erigir la actual casa solariega, antes de construir las tres casonas más hermosas de la localidad como regalo para cada hijo. Pensé en su peculiar patio renacentista, en los picos de su fachada que la llevaron a ser conocida durante un tiempo como casa Pinche, en sus elegantes columnas con zapatas, en sus antepechos decorados con desgastados rosetones de yeserías al igual que las molduras que sustentaban los aleros. Pensé, en fin, en que pronto desaparecería de nuestra memoria otro de los conjuntos más peculiares de la población, para ser sustituido quizás por otro de esos antiestéticos monstruos grises de cemento, emblemas de la fealdad.
En esos mismos momentos, los políticos de turno, en uno de sus continuos actos de autopromoción con la excusa de lo que sea, se adueñaban de actos y acontecimientos repartiendo medallas a diestro y siniestro, asegurándose futuros votos y recogiendo en sus vanos discursos las grandes posibilidades turísticas de la villa en base a no se qué procesión única en España (todos los españoles piensan que sus procesiones son únicas) y sobre todo en base a ese patrimonio artístico inmejorablemente conservado que poseía Corral de Almaguer. ¡Qué ironía! Pensé, quizás se refieran a una ruta turística por los solares más emblemáticos de la villa o por los más sucios y grises cercados de cemento de la localidad.
Asqueado por la visión decidí apartar mis pasos del edificio, intentando cobardemente hacer oídos sordos a lo que no parecía ya tener solución, pero mis entrañas rugieron entonces con violencia y me obligaron a retroceder reclamadas por los continuos crujidos y gemidos que expelía la casa en su continuo descenso hacia el abismo del derribo. Fue entonces cuando comenzaron a amontonarse en mi boca todas las palabras huecas proferidas por los gobernantes municipales de los últimos treinta años, sazonadas por el artículo quinto de los estatutos de la Asociación que se me fue a pegar en el paladar. Eran tantas y tan huecas las palabras, que sentí cómo se me atragantaban y amenazaban con producirme la asfixia. Asustado por la nausea de la hipocresía, no tuve más remedio que provocarme el vómito de la desvergüenza, pero sólo conseguí arcadas de ignorancia, abandono y mediocridad.
¡Nunca cambiarán! -Pensé- Y desolado decidí borrarme del pueblo una vez más hasta que las raíces me reclamen de nuevo. Cosa que me temo, a más tardar, ocurrirá dentro de una semana o quince días.
Rufino Rojo García-Lajara
(Noviembre del 2012)
UNA LEYENDA para EL SÉPTIMO CENTENARIO: La leyenda de AL-SHIFÁ o cómo ALMAGUER se vio relacionado con BAGDAD y los CUENTOS DE LAS MIL Y UNA NOCHES.
UNA LEYENDA PARA EL SÉPTIMO CENTENARIO
LA LEYENDA DE AL-SHIFÁ
o
CÓMO ALMAGUER SE VIO RELACIONADO CON BAGDAD Y LOS CUENTOS DE LAS MIL Y UNA NOCHES
Resulta difícil -que digo difícil- increíble sería palabra más acertada, pensar que un pequeño pueblo como el nuestro haya estado en algún momento de su azarosa existencia relacionado con la magnífica y fastuosa ciudad de Bagdad. Casualidades del destino sería la frase más indicada para describir esa relación, de no ser porque en ella se encuentran también implicados, para rizar más el rizo y dar mayor aire de inverosimilitud a la narración, los cuentos de Las Mil y Una Noches y una de las joyas más espectaculares jamás engarzada por el hombre: El Collar del Dragón.
Todos sabemos que el destino gusta con cierta frecuencia de enredar las míseras vidas de los seres humanos, y al no conocer de límites ni fronteras, disfruta en ocasiones jugando con el azar de los pueblos y las vanas creencias de los hombres, mezclando con maliciosa inocencia remotos lugares y enfrentados credos, hasta impregnar de confusión las poco desarrolladas mentes de las personas. Sólo de esa manera se puede entender lo acaecido hace casi mil doscientos años en las cercanías del pequeño pueblo de Almaguer.
Pero comencemos por el principio y de la manera que suelen comenzar todos los cuentos, es decir: con un “Érase que se era” a pesar de que en la leyenda que relataremos a continuación predomina más la realidad que la ficción y los documentos prueban en todo momento la verosimilitud de lo acontecido. Érase pues….que en la deslumbrante y majestuosa Medinat al-Salam o ciudad de la Paz, más conocida como Bagdad, vivía un Califa denominado Harum al-Rasid o lo que es lo mismo, Aarón el Justo. Quinto gobernante de la dinastía Abasida y quizás el más famoso de su linaje, no tanto por el esplendor cultural, científico y económico que llegó a alcanzar su reinado, como por estar considerado el protagonista de buena parte de los cuentos de las mil y una noches que durante tanto tiempo inundaron de exotismo y fantasía la imaginación de nuestros antepasados.
A pesar de que los mencionados cuentos comenzaban con la vieja historia de Sherezade y su habilidad para entretener al Sultán a base de narrarle un cuento distinto cada noche para evitar su muerte, la realidad es que el califa Harum al-Rasid jamás tuvo que asesinar doncellas como hacía el sultán del relato, ni tuvo que vengarse de la infidelidad de ninguna de sus muchas concubinas, pues a lo largo de su vida sintió un especial amor y predilección por su esposa Zubaida o Zobeida, a la que colmó con todo tipo de atenciones y regalos. De entre todos los famosos obsequios y fantásticas joyas que Zobeida recibió de su amado Califa, destacaba por su increíble belleza el Collar del Dragón. Una formidable gargantilla de oro engarzada de perlas y piedras preciosas que simulaba la forma de un dragón, aunque no faltó quien quiso ver en ella la silueta de un escorpión. El resplandor que irradiaba la luz al atravesar los diamantes, rubíes y demás gemas que componían la joya, producía tal estado de hipnosis en las personas que lo contemplaban, que desde el principio las malas lenguas le atribuyeron poderes mágicos y siempre se vio envuelto en la leyenda.
Quiso el destino que Harum al-Rasid decidiera dividir su imperio entre los tres hijos varones que le dio su amada Zobeida: al-Amín, al-Mamún y al-Qasim, sin sospechar que tras su muerte se enfrentarían entre sí por hacerse con el control de todo el territorio. Como consecuencia de las mencionadas guerras civiles y los consiguientes saqueos de los palacios, el Collar del Dragón desapareció sin dejar huella, haciendo evidente aquel viejo refrán, de posible origen árabe por cierto, que nos advertía de que a río revuelto ganancia de pescadores.
Mientras tanto, la España musulmana (Al-Ándalus) disfrutaba por estas mismas fechas de uno de los períodos de mayor esplendor de toda su historia. Abderramán II, descendiente de uno de los escasos miembros de la dinastía de los Omeyas que logró sobrevivir a las matanzas de los Abasidas, prosperaba en España de forma totalmente independiente, atrayendo hacia su corte a lo más granado del mundo musulmán. Los mejores poetas, músicos, arquitectos, médicos, químicos, matemáticos y astrónomos de la conflictiva corte de Bagdad, se refugiaban ahora en al-Ándalus huyendo de las guerras civiles que enfrentaban a los hijos del Califa, conformando en la ciudad de Córdoba un floreciente emirato que rebosaba lujo, pompa y riqueza por los cuatro costados.
Muy apreciado por sus súbditos, entre los que arrastraba fama de ser duro con los fanáticos cristianos del norte, Abderramán II (el siervo del Dios misericordioso) era ante todo un hombre cultivado y de gran sensibilidad, especialmente inclinado hacia la poesía, la música y cualquier otro arte que rodeara de belleza la grotesca existencia de los seres humanos. No obstante, el emir presentaba una debilidad que condicionaba todos y cada uno de los días que Alá (loado sea su nombre) había tenido a bien concederle: le gustaban con locura las mujeres. De su proverbial capacidad amatoria hablaban los historiadores musulmanes de la época, cuando recogían en sus escritos que Abderramán II jamás se acostó con una doncella que no fuera virgen, engendrando como consecuencia de las muchas esposas que su bien nutrido harén le suministró a lo largo de su vida, no menos de 87 retoños de los cuales 45 fueron varones y 42 hembras. Pero de entre todas aquellas concubinas que le dieron hijos y pasaron por lo tanto a ser consideradas como “Umm Walad” o princesas madres, una brilló con especial intensidad: la toledana Al-Shifá.
Cuentan las crónicas que Al-Shifá era una esclava cristiana dotada de una extraordinaria hermosura y una inteligencia poco común, de la que se enamoró perdidamente Abderramán siendo aún príncipe heredero. Con semejante atractivo, no tardó nuestro personaje en hacerla su favorita y otorgarle el título de princesa, disfrutando junto a ella de uno de los períodos de mayor felicidad de toda su historia. Mujer de buenos sentimientos y gran corazón, nunca mostró recelo ni resentimiento alguno -a pesar del clima de envidias y conspiraciones que se vivía en el harén- cuando tuvo que amamantar y cuidar, como si de su propio hijo se tratase, al príncipe heredero Al-Muhammad, fruto de la princesa Buhayr, primera esposa del emir. Al-Shifá llegó por ello a convertirse en toda una leyenda en la Córdoba del siglo IX, engrandeciendo aún más su figura con la construcción de la mezquita que llevaba su nombre y que se alzó en uno de los arrabales de la ciudad. No obstante debemos reconocer que si por algo mereció la princesa ser recordada, fue por el increíble obsequio que recibió de su amado esposo Abderramán.
Feliz éste último por sus recientes victorias sobre los cristianos del norte y por el hijo que le había dado su queridísima esposa, quiso demostrarle su amor haciéndole un regalo que eclipsara los más ambiciosos sueños de los hombres. No hacía mucho tiempo que por la corte hispano-cordobesa corrían ciertos rumores sobre la aparición en Bagdad del legendario collar de la sultana Zobeida. Deseoso el emir de saber cuánto había de verdad en las habladurías de la gente, envió a uno de los eunucos del palacio a la antigua capital persa con el encargo de que indagase de forma secreta sobre el asunto. Transcurridos varios meses desde su partida, un anciano de origen judío se presentó un buen día ante el propio Abderramán, llevando entre sus manos el afamado collar de la sultana. Poco tiempo después el escándalo sacudía las cortes reales de medio mundo, al trascender que el emir de Al-Ándalus, Abderramán el segundo, había pagado nada menos que diez mil dinares de oro por el collar de las mil y una noches. Verdaderamente la generosidad del emir con sus esposas no tenía límites.
Disfrutó Al-Shifá durante años de la mítica joya, convirtiéndose en la envidia de las mujeres del mundo conocido. Todas querían contemplar el collar del dragón cuando asistía a las recepciones oficiales, y las concubinas del harem le rogaban continuamente que les dejase tocarlo convencidas de que poseía poderes sobrenaturales. Pero a pesar del renombre que llegó a alcanzar la princesa por esta causa, la realidad es que nunca perdió su naturalidad ni su afición por acompañar a su amado Abderramán incluso a las campañas guerreras más peligrosas. Y fue precisamente en una de esas incursiones bélicas o “aceifas” por las tierras de “Wad al-Hayara” donde comenzó a sentirse indispuesta. La fiebre apareció a los pocos días inundando de húmedas perlas su delicada frente y, lejos de remitir, amenazó con deformar su bellísimo rostro. Profundamente preocupado, el emir dispuso que fuera trasladada inmediatamente y con extremo cuidado a la ciudad de Córdoba, para que fuera atendida por los médicos más reputados del mundo musulmán. Desgraciadamente a los pocos días de comenzar el regreso, en un lugar cercano a la pequeña aldea de Al-Maguer conocido como “Fayy al-Busra” o valle de la alegría o de la buena nueva, que los cristianos denominaron después Montealegre, reclamó la muerte su trofeo y Al-Shifá entregó su alma para siempre. Quiso el emir en su inconsolable tristeza, que la princesa fuera enterrada allí mismo, en una sencilla sepultura como mandaba el profeta (Alá lo tenga en el paraíso) resguardada de las inclemencias del tiempo por una pequeña construcción al estilo de los “murabits” o morabitos árabes que protegían las tumbas de los hombres santos. Cuentan también las crónicas -aunque de esto no hay certeza- que el emir dispuso que la princesa fuera depositada en su tumba junto al famoso collar del dragón, para evitar así que nadie jamás pudiera igualar su belleza. Sin embargo, como la codicia de los hombres no conoce límites, la sepultura fue expoliada a las pocas semanas de su entierro, desapareciendo la joya para siempre de la mirada de los hombres. (Bueno….debo aclarar que esto último es un simple recurso literario, pues como veremos más adelante, una joya de estas características no desaparece así como así).
Sea como fuere, el caso es que entre las empobrecidas y supersticiosas gentes de la aldea de Almaguer y alquerías circundantes, fue cundiendo el rumor de que la tumba de la princesa Al-Shifá concedía la “baraka” es decir: que otorgaba la bendición a todas aquellas personas que se dignasen visitarla para depositar unas flores u ofrecer una oración por su alma. Pasado el tiempo, el culto a Al-Shifá se fue extendiendo por toda la comarca, formándose auténticas peregrinaciones en busca de la cura material de sus cuerpos y la espiritual de sus almas. Se llegó incluso a celebrar un “moussem” o romería, en la que las buenas gentes colgaban de las ramas de los árboles las prendas y objetos personales que recordaban el cumplimiento de sus plegarias. Cuentan también las crónicas, que corriendo el año 852 de nuestra era, el nuevo emir de al-Ándalus, Al-Muhammad, acudió para honrar el enterramiento de la mujer que lo había amamantado y criado como si de su propio hijo se tratase, comprobando emocionado cómo los vecinos de los alrededores velaban por el mantenimiento de la tumba. Conmovido por el comportamiento de las pobres gentes, ordenó eximirles de todos los impuestos con la condición de que tuvieran siempre cuidada la sepultura de Al-Shifá.
Pasaron los años y la comarca acabó finalmente conquistada por los nuevos señores de la guerra -en este caso los cristianos del norte- sin que los habitantes de la zona notaran cambio alguno en sus deplorables condiciones de vida. Únicamente cambió para ellos el nombre de aquél a quien tenían que pagar los numerosos impuestos que les ahogaban y que en tantas ocasiones habían dejado sin un mendrugo de pan a sus hijos. Sin embargo, a pesar de todas estas penurias y muchas otras que no vienen a cuento, los vecinos de los alrededores siguieron acudiendo y cuidando de la vieja tumba de Al-Shifá, que de la noche a la mañana paso a denominarse de Santa Catalina por exigencia de un malhumorado sacerdote de sotana raída, encargado, según él, de mostrarles el buen camino y conducirlos sanos y salvos al redil; como si ellos no conociesen mejor los caminos de la zona y supiesen más de pastoreo que aquel arrugado clérigo (Dios lo tenga en su gloria) aficionado en exceso a la bebida y a otros imperdonables vicios. Fue por ello que la vieja tumba de Al-Shifá se convirtió de repente en la nueva ermita de Santa Catalina, pues según decía aquel malencarado abate, había sido también una mujer buena e inteligente que había renegado de su fe por amor como Al-Shifá, aunque en este caso de la pagana y por amor a Cristo.
La ermita de Santa Catalina después de esto, sufrió numerosas vicisitudes a lo largo de su historia, pero siempre se reconstruyó y resurgió de sus cenizas, para recordarnos que allí reposan para siempre los restos de aquella bellísima princesa de leyenda, por la que el gran emir Abderramán de Córdoba sintió un día la más grande de las pasiones.
Y con éste último párrafo damos fin a esta antigua leyenda, verídica como la vida misma, en la que el destino decidió un buen día burlarse de la estupidez humana mezclando credos y religiones, junto a míticas joyas e históricos personajes, en un lugar olvidado por aquellos que dicen registrar las historias de los hombres.
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Nota. Esta leyenda está basada en los textos árabes estudiados por la Real Academia de la Historia, impresos en su boletín del año 1991, Tómo CLXXXVIII
Por su parte, el historiador Gonzalo Álvarez Anes de Castrillón, recogió también los escritos en los que se apoya ésta leyenda, en su libro Europa y el Islam (2003)
Además la escritora Ángeles Irisarri, noveló también esta leyenda, plasmándola en sus libros: Perlas para un Collar (2009) y El Collar del Dragón (1999)
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¿Y qué fue del famoso collar del Dragón?
Aunque ya dejé caer en el presente escrito que era muy difícil que una joya de esas características desapareciera sin dejar rastro, reconozco que nunca imaginé que el collar de las mil y una noches tuviera una trayectoria tan errática y un final tan rocambolesco. Verdaderamente al destino le encanta jugar con las ambiciones humanas.
Porque después de expoliada la tumba, era cuestión de tiempo que el collar aflorara en poder de alguna persona de singular riqueza. Y teniendo en cuenta la evolución de Al-Ándalus, a nadie extraño que un buen día el collar de la Sultana apareciera en las manos del rey Al-Mamún de Toledo, que gobernó desde 1043 a 1075 la mayor Taifa en que se había dividido la España musulmana.
A Al-Mamún le sucedió su nieto Al-Qádir, hombre débil de carácter y poco apreciado por sus súbditos a los que extenuaba con continuos impuestos. Detalle éste aprovechado magistralmente por el rey castellano Alfonso VI, antiguo protegido y aliado de su abuelo, para hacerse con el control de la capital visigoda sin apenas derramamiento de sangre. Como compensación por su pérdida, Alfonso VI prometió apoyar a Al-Qádir en la recuperación del trono de Valencia, que también había pertenecido a su predecesor aunque se lo habían agenciado sus gobernadores. Y es ahí, en Valencia, en poder del emir Al-Qádir, donde aparece de nuevo el collar de la sultana Zobeida o de la princesa Al-Shifá.
El tercer propietario del collar adquiere ya tintes de leyenda, al tratarse nada menos que de uno de los héroes nacionales por antonomasia. El “sidi” o señor, como fue conocido por los árabes, de donde derivó la palabra castellana Cid, fue sin lugar a dudas un valiente caballero famoso por ganar batallas para aquel que lo contrataba. Porque no olvidemos que el Cid, por encima de la rancia leyenda que le adjudicaron, fue un mercenario que vendía su destreza con las armas a aquél que más pagase, ya fuese cristiano o musulmán. Y fue precisamente como pago de la ayuda prestada a Al-Qádir contra los otros reyes musulmanes de la zona, por lo que nuestro héroe recibió el valiosísimo collar del dragón. Aunque imaginamos que la que verdaderamente lo disfrutó fue su esposa doña Jimena.
Después del Cid se pierde de nuevo su pista, aunque no es aventurado suponer, dado el valor de la joya, que anduvo de prestamista en prestamista (judíos por supuesto) hasta llegar a las manos del cuarto personaje conocido que volvió de nuevo a pagar una fortuna por poseer el famoso collar. Me estoy refiriendo al hombre más rico y poderoso de su tiempo, el valido del rey Juan II don Alvaro de Luna, Condestable de Castilla y Maestre de la Orden de Santiago. De su proverbial riqueza nos da cuenta la fastuosa capilla de Santiago de la catedral de Toledo, donde fue enterrado junto con su mujer después de caer en desgracia y ser decapitado.
La última propietaria conocida del collar de las mil y una noches fue nada menos que la reina Isabel la Católica. Es difícil adivinar los conductos por los que la joya llegó a su poder, dado que Isabel de Portugal, segunda esposa de Juan II y madre de Isabel la Católica, fue en todo momento enemiga acérrima de don Álvaro de Luna y causante última de su muerte. Claro que no podemos descartar que Don Álvaro lo adquiriera precisamente como regalo de bodas para impresionar y atraerse a la susodicha Isabel, segunda mujer de su íntimo amigo el rey Juan II, sin sospechar el papel que jugaría ésta en lo tocante a su declive y posterior muerte. Sea como fuere, el caso es que con Isabel la Católica se pierde definitivamente la pista del famoso collar. Aunque si creemos en la vieja leyenda -hoy en día puesta en entredicho por numerosos historiadores- que recogía que la reina Isabel vendió sus joyas para sufragar el viaje de Colón, resultaría en una nueva vuelta de tuerca del destino, que gracias al collar de las mil y una noches Colón pudo descubrir América.
¡Cómo para no pensar que el azar se ríe de las ambiciones de los hombres!
Rufino Rojo García-Lajara
(Octubre del año 2012)
Corral de Almaguer 7º CENTENARIO. De cómo Almaguer pasó a convertirse en Corral de Almaguer, recibiendo nueva Carta Puebla el 4 de noviembre de 1312.
Corral de Almaguer 700 aniversario
Capítulo IX
De cómo Almaguer pasó a convertirse en Corral de Almaguer, recibiendo nueva Carta Puebla el 4 de noviembre de 1312
La victoria de las Navas de Tolosa no sólo supuso un enorme avance hacia el sur en la reconquista, sino la convicción generalizada de que esos territorios jamás volverían a caer en manos musulmanas. Esa sensación de seguridad pareció extenderse como la pólvora entre los habitantes de los reinos peninsulares, que vieron cómo cientos de familias partían en busca de fortuna al reclamo de las concesiones de tierras que los señores, en este caso las Órdenes Militares, ofrecían para su repoblación.
Esa llegada continua de pobladores, desbordó las reducidas dimensiones de la vieja villa de Almaguer -situada en el cerro de la Muela- que no tuvo más remedio que buscar un nuevo emplazamiento donde albergar el constante goteo de familias. El lugar elegido fue un cercano promontorio, conocido desde muy antiguo como “el Corral”, que sobresalía en el centro de una frondosa vega enmarcada por el río Riánsares en su lado norte, su afluente Albardana en el sur, y la unión de ambos formando una laguna en su costado oeste. El conjunto se complementaba con una pequeña acequia de agua dulce que, procedente de un cercano manantial, venía a desaguar en las cercanías de la población.
Este idílico emplazamiento había sido habitado anteriormente por los romanos, por lo que en él se encontraban numerosas piedras, cuevas y restos de un viejo asentamiento, conocido como “el Corral”, destinado ahora a servir de cantera para los edificios principales y las murallas que se construían para el nuevo Almaguer. De esta manera, a comienzos del siglo XIII se fue evidenciando un traslado generalizado de habitantes desde el cerro hacia la nueva población, y para mediados de siglo la villa despuntaba ya como cabeza de la comarca. Este movimiento económico no pasó inadvertido para la Orden de Santiago, que inició una política de compras y permutas de tierras, así como de horas de molienda en los molinos cercanos, con el objeto de rentabilizar al máximo sus posesiones.
No olvidemos que, a pesar de ser la dueña y señora del territorio y contar con numerosas y extensas propiedades en nuestra población, cuando la Orden de Santiago se instaló en esta comarca, Almaguer ya se encontraba poblada a fuero de Toledo y contaba por lo tanto con un poderoso Concejo que defendía con uñas y dientes los derechos, tierras y privilegios concedidos por el Rey a sus moradores. Es por ello que, a pesar de contar con la soberanía jurisdiccional y cobrar los impuestos a sus habitantes (diezmos) la Orden de Santiago no tuvo más remedio que comprar algunas tierras a sus legítimos dueños para afianzar aún más su presencia en el término. Nada que ver con la repoblación llevada a cabo en las cercanas aldeas, donde sería la Orden, como dueña del territorio, la encargada de donar las tierras a los colonos y eximirlos de impuestos durante un periodo de tiempo, a cambio de que éstos cultivaran las tierras y construyeran casas techadas.
No gustaban a la Orden de Santiago las exenciones y privilegios que disfrutaban algunos de los grandes Concejos de la comarca desde la repoblación de Alfonso VII, y que motivaban no pocos roces y conflictos de competencia entre las autoridades municipales y los comendadores de la Orden. Es por ello que a partir del siglo XIV fue negociando la implantación en su territorio de un único ordenamiento jurídico: El Fuero de Uclés, con el que pretendía igualar las leyes de su señorío. En contraprestación, los Concejos conservaban algunos de los viejos privilegios otorgados por el Rey, y alguna que otra nueva merced añadida por la Orden para que se avinieran a renunciar a los fueros reales. De esta manera, el pueblo de Almaguer fue refundado en 1312 con el nombre de Corral de Almaguer, y recibió una nueva Carta Puebla en la que se incluía que a partir de entonces la villa se regiría, en lo tocante a las leyes, por el Fuero de Uclés.
Este es el nacimiento del nuevo pueblo conocido a partir de entonces como Corral de Almaguer, cuya concesión de Carta Puebla conmemoramos en este año 2012. Feliz aniversario.
Rufino Rojo García-Lajara
Almaguer en la Reconquista. Repoblación cristiana y el antiguo ALFOZ DE ALMAGUER.
Corral de Almaguer 700 aniversario
Capítulo VIII
Almaguer en la Reconquista (la repoblación)
A mediados del siglo XII, las nuevas victorias cristianas fruto del declive almorávide, sumieron en el pánico a muchos reyezuelos musulmanes que se vieron en la necesidad de pedir auxilio a otros correligionarios bereberes procedentes del Atlas marroquí: Los Almohades. Estos estrictos cumplidores de la religión islámica, se hicieron rápidamente con el control de Al-Ándalus e infligieron al rey Alfonso VIII una grave derrota en Alarcos (1195) que a punto estuvo de costarle la vida. Con ese gran descalabro, la franja del sur del Tajo pasó de nuevo a ser zona de frontera y por tanto fuertemente conflictiva, aunque desconocemos si Almaguer llegó a caer de nuevo en manos musulmanas.
Humillado en lo más profundo de su alma, el Rey Alfonso VIII tramó su venganza convocando a los reyes de Aragón y Navarra a una gran cruzada, con la venia del papa Calixto III. El formidable ejército reunido, al que se unieron las fuerzas de las órdenes militares, las del arzobispado de Toledo y las de los francos venidos del otro lado de los pirineos, se enfrentó el 16 de julio de 1212 al ejército almohade en la famosa batalla de las Navas de Tolosa. La gran victoria cristiana supuso el declive de los almohades y el principio del fin de Al-Ándalus.
Apaciguadas ya definitivamente estas tierras, el rey Alfonso VIII y su esposa Leonor Plantagenet, hermana del rey Ricardo Corazón de León y condesa de Gascuña, (que aportó muchos Gascos o Gascones a la batalla de las Navas) comenzaron un proceso repoblador, repartiendo los territorios ganados a los musulmanes entre las fuerzas que les habían ayudado, es decir: entre las órdenes militares y el arzobispado de Toledo. El afán de los nuevos señores por obtener el mayor número y la mejor calidad de las tierras, llevaron de nuevo a nuestra población a ser disputada, si bien en esta ocasión por los cristianos. Fue por ello que en 1237 se tuvieron que establecer acuerdos para fijar los límites entre la Orden de Santiago (con sede en Uclés) y la de San Juan (con sede en Consuegra) quedándose la de Santiago con Almaguer y Criptana y la de San Juan con Villacañas y Quero. El Arzobispado de Toledo, por su parte, también consiguió su trozo del pastel extendiendo sus posesiones hasta la villa de Lillo, que pasó a ser de su propiedad tras el acuerdo con la Orden de Santiago del año 1241.
Quedó de esta manera Almaguer, como cabeza y motor económico de un extenso territorio o alfoz que abarcaba numerosas aldeas: desde Añador, Magaceda y Chozas que formarían el futuro Villamayor de Santiago, pasando por Alcardet y Gúzquez, que formarían Villanueva de Alcardete, hasta la Puebla de la Isla que pasará a denominarse Puebla de don Fadrique, junto a Almuradiel que se refundará como Puebla de Almoradiel, y las aldeas de Villalobillos, Bonache, Aloyón, Montealegre, Escorchón y Testillos que, junto con la Cabezamesada, completarán el círculo. La principal prueba de esa capitalidad de Almaguer y esa pujanza económica, fue la celebración en su iglesia del Capítulo General de la Orden de Santiago del año 1253. Celebración que, dada la afluencia de comendadores, caballeros, priores y gente a su servicio, necesitaba obviamente de ciertas infraestructuras para poderse llevar a cabo. Infraestructuras que sólo las villas de cierto tamaño y entidad económica poseían en aquellos tiempos.
Rufino Rojo García-Lajara
Corral de Almaguer 700 aniversario – Capítulo VII – Almaguer en la Reconquista.
Corral de Almaguer 700 aniversario
Capítulo VII
Almaguer en la Reconquista
Tres fueron las campañas emprendidas en España por los fanáticos guerreros Almorávides del norte de África en ayuda de sus correligionarios Andalusíes. Tres expediciones en las que consiguieron frenar los avances cristianos, e infligir una grave derrota al rey Alfonso VI en Sagrajas o Zalaca (Badajoz). Sin embargo, en lugar de volver a sus tierras como habían hecho en las dos primeras ocasiones, y tras comprobar la relajación imperante en los reinos musulmanes españoles a la hora de cumplir los preceptos del Islam y la excesiva tolerancia hacia judíos y cristianos, a la tercera decidieron quedarse para siempre, expulsando a los reyezuelos de las Taifas y reunificando sus territorios en un nuevo Al-Ándalus. Uno de esos reyes de Taifas, concretamente Al-Mutamid de Sevilla, vasallo y aliado de Alfonso VI, solicitó la ayuda del rey cristiano para la defensa de la ciudad contra los almorávides, entregándole a cambio a la princesa Zaida “la más bella hija del Islam” según las crónicas, junto con una enorme dote en el territorio de la Mancha, que incluía las plazas fuertes de Cuenca, Uclés, Huete, Ocaña, Consuegra y Mora, además de todos los castillos, aldeas y pueblos de menor entidad incluidos en esa línea fronteriza. Fue así como Almaguer y su pequeño castillo (que no atalaya) pasaron a manos cristianas.
No duró mucho el dominio cristiano en esta franja de terreno, pues una vez obtenido el control de Al-Ándalus, los almorávides lanzaron varias campañas hacia el norte con la intención de recuperar Toledo. El enfrentamiento con los cristianos se produjo en nuestra zona primero en Consuegra (1097) y después en Uclés (1108). Por cierto que en ésta última cruenta batalla murió el joven príncipe Sancho, único heredero del rey Alfonso VI e hijo de la famosa mora Zaida. Ni que decir tiene que Almaguer, junto con todas las pequeñas aldeas de su entorno, fueron conquistadas y volvieron de nuevo a manos musulmanas.
No tardaron los almorávides en acomodarse a la buena vida y relajar sus costumbres, por lo que los cristianos avanzaron sobre la franja situada entre el Tajo y el Guadiana, recuperando de nuevo las plazas de Almaguer y sus aldeas, según reflejan los documentos mozárabes de la catedral de Toledo fechados en 1119, en los que se recogen varias ventas de viñas entre mozárabes de Aloyón.
Con todo y con eso, Almaguer seguía siendo zona fronteriza y por lo tanto peligrosa e inestable para los pobladores, debido a los avances y retrocesos de la reconquista. Tres décadas después (1155) parece que la zona se encontraba ya relativamente pacificada, y Alfonso VII, acompañado por la reina polaca Doña Rica, efectuó labores de repoblación en la comarca de Almaguer, donando la aldea de Aloyón a los siguientes pobladores: los capitanes o “adalides” Michaeli Aben Acet y su hermano Albubacal, y los soldados y pobladores: Andrés Çapatario, Michaeli Zalema, Petro Estéfanez, Martino Granadixil, Iusto Iohani, Hiahia Iohanni, Zaidi, Dominico Fandúm, Dominico Aneza, Petro Iulianci, Dominico Michaeli y Michaeli Fructusu, dejando claro que la mitad de la aldea será para el adalid Michaeli Aben Acet.
Ni que decir tiene que si Aloyón había sido repoblada por el rey Alfonso VII en 1155, Almaguer, como cabeza de la comarca, lo había sido ya con anterioridad o al menos por aquellas mismas fechas, si bien en esta ocasión como villa de realengo (es decir como posesión del propio Rey) y con el mismo fuero de Toledo que solía otorgar a las escasas poblaciones de cierta entidad que pervivieron en la comarca. Éste fue el auténtico nacimiento del Almaguer cristiano, y la primera ocasión que nuestra población recibió Carta de Villazgo, por más que no se hallan conservado estos documentos.
Rufino Rojo García-Lajara
Nota: En recuerdo de esta convulsa época, Almaguer siempre conservó con orgullo su nombre Árabe
Corral de Almaguer 700 Aniversario. Capítulo VI. LA RECONQUISTA – Unión monetaria «EL MARAVEDÍ»
Corral de Almaguer 700 aniversario
Capítulo VI
La Reconquista
(continuación)
Con las primeras escaramuzas o “razzias” a cargo de pequeños caudillos asturianos -como Don Pelayo- comenzó una constante presión sobre las guarniciones musulmanas del norte. El sistema de guerrillas u operaciones estratégicas de castigo y rápida retirada, único método que las fuerzas cristianas se podían permitir ante la escasez de medios humanos y materiales, logró minar el aguante musulmán, consiguiendo que los primeros reyes asturianos fueran poco a poco afianzando sus dominios sobre Galicia y los vastos territorios del norte del Duero, hasta formar el reino de León. Junto a esta gran penetración en el territorio de Al-Ándalus, aparecieron también pequeñas zonas liberadas en la zona de los pirineos, que con el tiempo acabarían formando los reinos de Navarra, Aragón y Cataluña.
Así comenzó esta complicada y larguísima empresa bélica, jalonada por continuos avances y retrocesos en las líneas fronterizas. Esa dilatación en el tiempo propició, aparte de cruentas batallas y héroes de leyenda, como el Cid y Al-Manzor, la aparición de situaciones curiosas y anecdóticas, más propias de la guerra de Gila que de una auténtica contienda. Desde reyes cristianos que se exiliaban en los reinos musulmanes para evitar la persecución de sus propios hermanos, hasta aquellos otros que durante la tregua de invierno bajaban a curarse las enfermedades a territorio enemigo -dada la fama de los médicos musulmanes- para volver en el verano siguiente a enfrentarse contra sus hospitalarios rivales, sin olvidar a aquellos que se casaron con las hijas de sus contrincantes para entablar alianzas, o adoptaron las ropas y las monedas musulmanas para sus reinos. Como podemos apreciar, la reconquista no fue la guerra convencional con buenos y malos que nos han intentado vender, sino una amalgama de situaciones extrañas, y en ocasiones absurdas, en las que nunca faltaron los intercambios comerciales y de vecindad entre los españoles de ambos bandos.
Con el final del califato y su posterior división en Reinos de Taifas, se evidenció una época de debilidad en los musulmanes. Debilidad aprovechada por las fuerzas cristianas para extender sus dominios hasta la crucial línea fronteriza del Tajo, y establecer alianzas con varios reyes musulmanes en su lucha contra otros reinos de taifas. A cambio, los reyes cristianos obtuvieron grandes cantidades de oro, las llamadas “parias”, que enriquecieron sobremanera sus posesiones y permitieron la construcción de las primeras Catedrales y Monasterios, de ahí que tampoco hubiera mucha prisa en la conquista. Después de varias de estas alianzas, Alfonso VI decidió asediar Toledo hasta conseguir que se rindiera de forma pacífica en el año 1085, recuperando con ello la simbólica capital visigoda y una de las ciudades más importantes de Al-Ándalus. De esta forma la línea fronteriza descendía hasta situarse entre los ríos Tajo y Guadiana, quedando Almaguer en el centro de una zona fuertemente conflictiva. Más aún, cuando, para frenar el avance cristiano, los musulmanes solicitaron la ayuda de unos fieros monjes guerreros: los almorávides. Pero eso lo contaremos en el próximo capítulo
Rufino Rojo García-Lajara
Nota: la unidad monetaria española por excelencia: “el maravedí” surgió nada menos que como imitación de las monedas almorávides (de ahí su nombre) por parte del rey castellano Alfonso VIII, recogiendo incluso la leyenda en árabe, aunque con significado cristiano. Su éxito a lo largo de la historia fue de tal magnitud, que no fue sustituida por el céntimo hasta mediados del siglo XIX (concretamente en el año 1854)
Corral de Almaguer 700 aniversario. Los musulmanes Capítulo IV. La Atalaya de Almaguer en la línea defensiva desde Toledo a Uclés.
Corral de Almaguer 700 aniversario
Los musulmanes Capítulo IV
Al-Andalus
La España musulmana, o como era conocida en aquellos tiempos: Al-Andalus, atravesó diferentes etapas a lo largo de sus casi 800 años de existencia. En un primer periodo (711-756) siguió dependiendo de Damasco como si de una provincia o emirato más, se tratase. Sin embargo, expulsados los Omeyas del gobierno de Damasco, uno de sus príncipes supervivientes Abderramán I, vino a refugiarse en Al-Andalus (España) haciéndose con el poder y declarando La Península Ibérica como emirato independiente (756-929).
En un paso definitivo hacia la total emancipación de arabia, uno de sus descendientes, Abderramán III, se proclamó a sí mismo como máxima autoridad religiosa y civil, es decir: Califa, dando comienzo con ello el llamado Califato de Córdoba (929-1031) época dorada y de máximo esplendor de toda la historia musulmana de España, donde filósofos, poetas, médicos, biólogos, músicos, matemáticos, astrónomos, arquitectos etc., consiguieron transformar la sociedad de su tiempo, convirtiendo a Córdoba en la ciudad más avanzada del mundo conocido.
Por esas mismas fechas, el pequeño asentamiento de Almaguer, formado fundamentalmente por población mozárabe, prosperaba al amparo de un pequeño castillo construido ante el avance de la reconquista y destinado a formar parte de la línea defensiva situada entre el Tajo y el Guadiana. Esta línea imaginaria extendía sus fortalezas desde Toledo hasta Uclés, pasando por Mora y Consuegra como principales baluartes, encontrándose complementada por una serie de castillos y atalayas de menor entidad, destinadas a controlar las amplias llanuras manchegas mediante el sistema de señales luminosas.
En los alrededores de Almaguer, algunas alquerías habían conseguido también prosperar y crecer en tamaño, formando pequeñas aldeas (Villalobillos, Bonache y Aloyón) aprovechando los cercanos cursos de agua de sus inmediaciones para desarrollar sus explotaciones agrícolas y ganaderas.
Con el final del califato, Al-Andalus se fragmentó en multitud de pequeños reinos independientes: los llamados Reinos de Taifas (1237-1492). Frecuentemente enfrentados entre sí, cuyas divisiones facilitarían sobremanera la denominada reconquista emprendida por los cristianos españoles del norte, y de la que trataremos en el siguiente capítulo.
ELABORACIÓN: Rufino Rojo García-Lajara
Nota: Tanto en Villalobillos como en lo que fue Almaguer y la sierra del Castillo, se tiene constancia de la aparición de “felús”, monedas fraccionarias acuñadas durante la época del emirato dependiente de Damasco, que vienen a confirmar la implantación musulmana en nuestras tierras desde el primer momento.
IMAGEN: VICTOR SANCHEZ INFANTES
Corral de Almaguer 700 aniversario. Los musulmanes Capítulo III. El vocabulario y mejoras agrícolas.
Corral de Almaguer 700 aniversario
Los musulmanes Capítulo III
Establecidos ya los musulmanes en toda la Península, comenzó con ello uno de los períodos más esplendorosos y fructíferos de nuestra historia. Una prolongada etapa de paz y cumplimiento de las leyes, que tendría su reflejo en la aparición de una época de enorme progreso en todos los campos del saber y una concepción del mundo mucho más avanzada, tolerante y refinada, en clara contraposición a las burdas formas y atraso generalizado de las culturas centroeuropeas.
Esa nueva visión del mundo, más alegre y tolerante, donde la trágica visión cristiana de la vida quedaba eclipsada por la sabiduría y el refinamiento musulmán, provocaría una conversión generalizada y continua hacia la religión musulmana, de manera que la mayoría de los españoles (con la excepción de un pequeño reducto asturiano y las comunidades cristiano-mozárabes toleradas por los árabes) pasaron con el tiempo a comunicarse en árabe, a escribir en árabe y a profesar la religión musulmana.
De esta época son también las mejoras en los cultivos, con la aparición de las alquerías y el aprovechamiento de las aguas mediante la creación de nuevos sistemas de regadío y extracción. El consiguiente gran auge de las huertas y el cultivo de árboles frutales, diversificarían la alimentación y aportarían nuevos productos a la pobre cocina visigoda, convirtiéndose con el tiempo en la esencia de la que muchos siglos después se convertirá en la famosa dieta mediterránea.
Rufino Rojo García-Lajara
Nota: Como ejemplo de la tremenda huella musulmana en la que se fundamenta nuestra cultura, vamos a elegir un tema al azar, por ejemplo la comida. Podríamos comenzar así: Nos encontramos en una azotea del arrabal de Corral de Almaguer, acompañados por el alcalde y el alguacil, sentados en un cómodo diván, rodeado de almohadas y alfombras de algodón, junto a olorosas plantas de alhelí y toronjil, y amenizados por la música de una guitarra y un laúd. Degustamos unas berenjenas, alcachofas y espárragos a la plancha, que previamente hemos sacado del almacén o la alacena, para seguir con un plato de albóndigas o unos pescados en aceite o escabeche con salsa de azafrán y comino, acompañados de una jarra de buen vino. De repente aparece nuestro amigo el Zarco con su novia rubia, y nos propone unas buenas gachas manchegas elaboradas con las semillas de una planta de raíz árabe, la almorta. Por cierto que para obtener su característico sabor, es necesario añadirle una especia genuinamente musulmana: la alcaravea.
A pesar de la galbana que nos va entrando, para postre quizás elijamos fruta: una buena naranja, o una rodaja de sandía, o unos higos, o unos albaricoques, o tal vez nos apetezca algo más azucarado: un poco de arroz con leche, o quizás un pedazo de calandrajo, o un poco de arrope, o un trozo de turrón o mazapán a base de almendra, todo por supuesto acompañado de una buena taza de café. Solo nos queda exclamar ¡Olé!
(todas las palabras marcadas en negrita son de origen árabe. Zarco significa el de los ojos claros)
ALMORTAS
Los Musulmanes Capitulo II. MAGUED-AL-RUMÍ «EL RENEGADO» dío nombre a Almaguer.
Corral de Almaguer 700 aniversario
Los musulmanes Capítulo II
MAGUED-AL-RUMÍ (EL RENEGADO)
Habíamos comentado en el primer capítulo la facilidad que encontraron los musulmanes para hacerse con el control de la Península, gracias a la ayuda de los propios españoles que los recibieron como salvadores, hartos del régimen decadente, corrupto, violento y esclavista de los visigodos.
Nada más entrar en el territorio Hispano y superar una pequeña batalla en las cercanías del río Guadalete, las fuerzas musulmanas se dividieron en dos: Tarik se dirigió sin encontrar resistencia hacia la capital visigoda, Toledo, mientras uno de sus capitanes, concretamente Magued-al-Rumí, conquistaba con apenas 700 hombres la principal población de la comarca, Córdoba.
Este Magued-al-Rumí que significa Magued el renegado (hijo de un caballero cristiano convertido al islamismo y educado como un príncipe junto a los hijos del propio Califa de Bagdad) partió después al encuentro de Tarik, que se encontraba ya por aquel entonces en la zona de Alcalá de Henares y Guadalajara, atravesando para ello las vastas llanuras manchegas y deteniéndose (según recoge el padre Juan de Mariana en su Historia General de España publicada en 1601) en un lugar con abundancia de agua y vegetación, al que dejaría para siempre su nombre: AL-MAGUED.
Rufino Rojo García-Lajara
Nota: Este origen de nuestra población recogido por el gran humanista español Juan de Mariana hace cinco siglos, es rebatido por los teóricos de las palabras, para los cuales Almaguer sólo significa “Canal de riego”
Corral de Almaguer 700 aniversario. Los musulmanes Capítulo I.
En ánimo de dar a conocer la cultura medieval, por el 700 aniversario de la concesión de la carta puebla de Corral de Almaguer Rufino Rojo, el historiador creador de los libros de La Historia de Corral de Almaguer y del libro Grandezas y Bajezas de la Aristocracia Corraleña crea esta serie de capítulos que irán saliendo durante el año.
Corral de Almaguer 700 aniversario
Los musulmanes Capítulo I
Cuando los musulmanes llegaron a la Península Ibérica, allá por el año 711, se encontraron con que eran recibidos poco menos que con los brazos abiertos por los naturales de estas tierras (formados en su mayor parte por cristianos de la secta arriana y cristianos de la secta católica, además de una importante comunidad judía) acostumbrados a vivir en un régimen caótico y de casi total esclavitud, en el que los señores feudales visigodos utilizaban las vidas y los bienes de las personas a su antojo.
Aunque la Hispania Visigoda de la época se encontraba muy poco poblada (todos los habitantes de la Península hubieran cabido de sobra en la actual ciudad de Madrid) esto no justifica que un ejército de siete mil hombres pudiera conquistar toda la Península Ibérica en apenas cinco años y sin encontrar prácticamente ninguna resistencia. Conclusión: fueron ayudados por los hispanos en su afán por librarse del yugo explotador del régimen visigodo.
Esto fue lo que se encontró el general Tarik, lugarteniente del gobernador árabe Musa (el famoso moro Muza de las leyendas de nuestros abuelos) cuando inició la conquista de España haciendo escala con sus barcos en el Peñón de Algeciras, que desde entonces pasó a denominarse Gibraltar (Gib-Al-Tarik) desembarcando definitivamente en las ventosas playas (ideales para el surf) de una cercana población que también adoptaría su nombre: Tarifa.
Rufino Rojo García-Lajara

Recorridos de la INVASIÓN ÁRABE
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